La bella y lánguida Lisboa te espera. De tamaño ideal para una escapada de fin de semana, el encanto de sus casas con preciosas fachadas de azulejos, sus tranvías de madera, sus empedradas calles empinadas, y la decadencia propia de quién ha gozado de un pasado de esplendor, aguardan al visitante, animándole a recorrerla pausadamente, sin prisas. Estas son algunas pistas.
Empezamos subiendo al elevador de Santa Justa, que une los barrios de la Baixa Pombalina y el Chiado. A pesar de la leyenda urbana, no está demostrado que el arquitecto que lo diseño, Raoul Mesnier de Ponsard, fuera discípulo de Eiffel. Pero no por ello pierde su atractivo, y es el mejor lugar de la ciudad para contemplar las vistas del centro de Lisboa.
Los portugueses son fanáticos del dulce, así que si viajas con niños -o quizás sin excusa- déjate caer por Dream Pills, una tienda de chuches para sanar tu sed de azucar, con un novedoso concepto.
Esta habitualmente abarrotado, y no es fácil encontrar una mesa libre, pero el poeta portugués Pessoa te espera para tomar un café en la terraza de A Brasileira. Rua Garrett, 120
Otro ritual que hay que cumplir es coger el tranvía número 28 para ir a tomar los deliciosos pastéis de Belém, en dónde también te espera la cola, pero son los originales.
Has llegado hasta aquí, así que aprovecha para ver el Monasterio de los Jerónimos, y el Monumento a los descubrimientos, inaugurado en 1960, para conmemorar los 500 años de la muerte de Enrique el Navegante.
Continúa la desembocadura del Tajo, hasta la vecina Torre de Belem, en otra época, oficina de recaudación de impuestos. Al atardecer la silueta de su torre y el baluarte, son una de las más bellas de la ciudad.
Igualmente bellas al atardecer, son las calles del Barrio Alto, mientras vamos a tomar una cerveza a la Cervejaria Trindade, uno de los mejores restaurantes de Lisboa para disfrutar de la cocina portuguesa.
Y a la vez, dejarte sorprender por nuevos locales, cómo O Purista, una cervecería en la que puedes cortarte el pelo, ya que también es barbería.
Acaba la noche en Portas Largas, un clásico de la noche lisboeta, en Rua da Atalaia, 103 – 105.